Thursday, May 29, 2014

La ia

Formo parte de una línea de mujeres sui generis. Soy la primera bisnieta, hija de la primera nieta, hija de la primera hija de una familia matriarcal. Mi madre, mi abuela y mi bisabuela me enseñaron, sin palabras, que las mujeres no necesitan de un hombre. Mi bisabuela me enseñó que nadie puede decirte como vivir tu vida. Mi abuela me enseñó que bastan las ganas y esfuerzo de una mujer para mantener una familia. Mi mamá me enseñó que tus decisiones deben siempre ser tuyas y jamás en relación a nadie más. 
Hace un año, mi bisabuela murió. Mujer de honestidad escandalosa, casada y eternamente enamorada de un hombre completamente opuesto a ella, mi ia es una de las figuras más fuertes que construyeron mi identidad. 
En los primeros años del siglo XX, un buen día decidío quién sería el hombre de su vida. En bicicleta y enfundada en los pantalones de su hermano, paró abrutamente en la reja de la casa del nuevo inquilino de su colonia. Miró fijamente al jóven con guantes y sombrero. Volteó la cara a su mejor amiga y le dijo: "El de bigotito es para mí, el otro es para tí." Nunca dudó que así sería. Así fue. 
Antes de cumplir los 20 años, ella sabía muy bien lo que quería. Quería a mi io. Niño rico venido a menos, ese jóven con modales de película la conquistó y vivió en su corazón hasta el último día de su vida.
Tachada de marimacha, era la única hermana que no sabía bordar, cocinar y mucho menos limpiar.  Usar pantalones y andar en bicicleta no era algo que hacían las jovencitas decentes. Escandalizadas, las mujeres casadas le decían que nunca iba a poder tener hijos por andar haciendo cosas de hombres.
El día que pidieron permiso para casarse, su padre, tajante dijo a mi bisabuelo: "No sabe lavar, ni planchar ni cocinar... y no va a aprender. ¿Así te quieres casar con ella? Porque no se aceptan devoluciones". Lleno de propiedad, como siempre fue, respondío: "Yo quiero una compañera de vida, no una sirvienta."
Decretado así fue que Bertha Soberanes jamás bordara, horneara un pastel o lavara platos. Aún en la vejez, mi ia solía tomarte las manos y decirte: "Ya no laves platos, tienes las manos muy maltratadas". Para ella siempre fue así de sencillo, no lo quieres hacer, no lo hagas. Lo vas hacer, hazlo con toda el alma.
Debieron casarse en secreto. Porque no podía ser normal. Porque en mi familia nada es así.
Mi ia fue una mujer que jamás dejó que le dijeran cómo vivir. No es un secreto que tuvo favoritos y nunca tuvo empacho de reconocerlo. Su sinceridad y capacidad de no dejar que las convenciones sociales la limitaran fue algo que siempre agradeceré.
Hace un año, decidío, porque no hay otra manera de ponerlo, morir cerca del hombre de su vida. No se quiso ir de un lugar que amo profundamente. Cerca del lugar donde descansa su marido, la ía se quedó. Siempre será un referente en mi vida y nunca olvidaré hacer lo que ame, sin importar lo que el mundo opine.

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