A veces, me gustaría ser esa mujer que puedes querer. No me importa que no sea como en las películas. Solamente que me quisieras, así, un poquito como en la vida real. Muy de repente, me entran las ganas de decirte que no es cierto que no voy a cambiar por ti.
Cuando estoy sola, cuando te extraño, se me ocurren todas las maneras en las que puedo cambiar y dejar de ser todo eso que no quieres. Me dan ganas de salirte a buscar y decirte que siempre si quiero que me quieras.
A veces, no siempre, me atormento pensando en todo lo que dije y pude haber callado. Todas esas promesas a mi dignidad las rompo si decides regresar. En ese instante preciso, te prometo ser la más sumisa, la más callada, la más abnegada. Te juro dejar de llorar, decir lo que pienso y sentir todo al mismo tiempo.
De pronto, sin darme cuenta, te hablo. No para decirte que regreses, porque en ese momento, no me acuerdo que me dejaste. Te hablo para contarte lo que acabo de ver en las noticias o esa idea sin sentido que acaba de cruzar por mi mente. En ese segundo, no tengo orgullo, no hay lágrimas, no te has ido.
Regresame la calma, las fuerzas, las ganas. Quítame estas ganas de llorar, el insomnio y mi cinismo. Porque ya no quiero ser una niña buena si no estás tú para corromperla. Ahora quiero ser esa mujer que le dan un anillo y entrega su vida. Te quiero entregar mi vida porque, en realidad, ya te pertenece. Quiero ser políticamente correcta y perfecta. No quiero ya escribir si no puedo teclear tu nombre en cada letra.
Lo dejo todo. Lo dejo a él también.
Te prometo ahora sí, decirte a tí todo eso que pienso. Te prometo que no vuelvo a decirle a alguien más mis más oscuros secretos. Te juro, si regresas, no vuelvo a pensar que alguien más me querrá. Te prometo no contestarle, no hablar con él. Si regresas, dejo a este sustituto de tí que me queda grande y me duele más que tú.