Tuesday, April 15, 2014

El olor a madera mojada nunca me ha gustado

Me toma de la mano. Mis botas amarillas de hule bien puestas. Confio. Porque soy la favorita. Nadie nunca, nunca, pensaría en hacerle nada a la niña más linda y buena. Al sentarme, mis pies cuelgan y tengo miedo de caer. Por favor, no me dejes caer. 

Racionalizar todo. Todo tiene que estar racionalizado porque la gente no puede ser mala porque sí. Racionalizarlo para no ahogarme en la desesperación. Racionalizarlo para que mi soberbia cubra las cicatrices. Porque debajo de todo, sigo teniendo mis botas para la lluvia. Porque prometí no abandonarme y me he dejado esconder más de una vez. Porque no sé cómo. Porque me enseñaron a callarmelo todo. 

Vivir en la literatura. Vivir en el silencio para no encontrar esos gritos que me ahogan. Vivir en otro lugar, para no estar sentada. Para no sentir cómo se rompe mi vida, para olvidar cómo me di cuenta que la gente mala si existe. Vivir así, para poder tener metáforas de lo que me pasó, para poder romantizar todo lo que me pasa, para no tener que lidiar con la verdad. 

Esconderlo. Esconderme detrás de la persona que la gente espera que sea. Escondo a esta niña de botas amarillas tras de una mujer racional y controlada. Escondo a esa niña muerta de miedo tras de una mujer responsable y dueña de sus emociones. 

De repente, sin avisar, esta niña de botas me despierta en la noche. Ha estado visitando más de la cuenta. Me ve con los ojos llenos de lágrimas y me reclama. Me reclama que la tengo escondida, que la dejé sola y que me rehuso a volverla parte de mi historia. La borré del libro de mi vida porque las mujeres normales no pueden andar por la vida con ese pasado. La escondo en el cajón más lejano y oscuro porque las mujeres como yo no pueden estar tan rotas. No puedo estar así de rota porque si tengo una sola rendija por donde entre la luz, todos mis demonios saldrán a tomar el control. 


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