Friday, March 09, 2007

Rayaba el sol, acariciando su frente. El cielo naranja la miraba de lejos, casi pidiendo perdón por lo que iba a pasar. No era cuestión de culpas o adeudos milenarios. No iba a haber razones y mucho menos justificaciones. Las nubes no creen en las pruebas de fe. Las estrellas no juzgan ni castigan. Así es. La vida pasa y las explicaciones nunca llegan. La paz tal vez es un espejismo. Es talvez el oasis que pocos viajeros encuentran mientras los demás caen rendidos por la sed. No es cuestión de destino. Así es.

Sus paso son seguros como lo fueron esa vez. Ella miraba al cielo sin saber. La ruta, los silencios, las caras desconocidas, los olores y el calor fueron los mismos de siempre. Su compañera de asiento es la única que podría entenderla. No sabía su nombre, nunca lo supo. La indiferencia urbana la hizo no detenerse en cada rasgo de su cara. No puso atención en los cabellos largos y revueltos que caían, negros como la noche, sobre su frente. Tampoco en sus ojos infinitos que ahora no miran. Ella es la única que podría tomar su mano y decir, "te entiendo". Yo no.
En la radio se escuchaban felicitaciones a los millones de mujeres en el mundo. La presencia de mujeres en el discurso presidencial, vacío y de memoria, era multitudinaria. Mil quinientas mujeres escuchaban al nuevo gobernante prometerles igualdad. Su esposa le miraba orgullosa, segura. Igualdad de oportunidades, castigos más fuertes, palabras que retumban lejanas.
El camionero cambió de estación. Ella sonrío. La política nunca le gustó. No sabía siquiera a quién pertenecía la voz que pronunciaba el discurso que la hacía cabecear. Era temprano. Ella no sabía de legislaciones y poco le importaban las luchas de poder. Las veía lejanas, ahora son una afronta. Esos discursos dejaron de aburrirla para indignarla. A veces ríe cuando los escucha. Lo hace porque es más lista que yo. Ella ríe porque sabe mucho más que yo. Lo hace porque es más fuerte que yo.
Subieron para llevársela con la muchacha de ojos infinitos. Las dos compartieron otro viaje. Vendaron sus ojos pero no cegaron su vida. Los ojos infinitos ya no miran. Después caminar. Andar por calles conocidas que ya no son las mismas. Caminar bajo el cielo, que ahora es azul. Un cielo que si pudiera hablar, le pediría perdón. Pero sólo podía abrazarla. Lo hacía fuertemente, rodeándola de luz de luz.
Sus pasos fueron cada vez más fuertes y seguros. Llegó a unos brazos conocidos. La seguridad no se siente. ¿Por qué eso brazos que de niña la hacían perder el miedo ahora no le traen sosiego?
Estudios, medicinas, preguntas. El miedo sigue ahí pero no la paraliza. Recorre con pasos fuertes el camino que no termina ahí. No se acaba con el día, cuando en el noticiero de las 10 le dicen "Feliz día de la mujer."

1 comment:

d:ego said...

Si es que es posible, has capturado de manera hermosa lo más terrible de un mundo que desea ser mejor pero que día a día falla en hacerlo.
Se dice que después de la tormenta viene la calma... pero poco se recuerda la calma entes de la tempestad. Esos instantes de paz, de belleza, de presentimientos. Momentos de oportunidad, decisiones no tomadas, hubieras no cumplidos, en los que todo podría haber cambiado si tan sólo reaccionaramos a la inquientante paz que nos atrapa con su seductora calma. Pero es parte del destino o de la vida, hay cosas que no sabemos... y nos culpamos por no haber actuado de manera diferente a pesar de la ignorancia.
De la nada, el tiempo tiene la manera de poner todo de cabeza. De arrebatarnos el alma y dejarnos en el vacío. Sólo queda llenarlo de nuevo... y aunque nunca lo logremos, el tiempo también nos otorga la oportunidad de intentarlo, olvidar, y sanar.
La vida siempre tan irónica, con ese sentido del humor agrio, amargo, lastimoso. Día de la mujer... la estupidez del hombre sigue sorprendiendo.