Ya no te siento. Ya no me acuerdo de tus manos, de tus besos. Ya no me dueles. Te dejé de pensar. Dejé de contar los minutos que estaba sin tí. Dejé de sumar, restar, dividir, multiplicar las horas para volverte a ver. Dejé de respirar tu aliento. Dejé de sentir tu cuerpo. Dejé de llenarme de amor por tí. Dejé de vacíarme de la ilusión de pertenecerte por completo.
Me quedé sin tí. No recuerdo tu cara. No puedo escuchar tu voz. Dejé de sentir ese hueco en mi cama. Dejé de sentir que la soledad me quemaba. Te he dejado atrás.
Cada una de las heridas que tu cuerpo dejó han sanado. Cada una de las lágrimas que lloré por tí, se han secado. Se fueron las noches de invierno que me llenaron de frío buscándote en otro cuerpo. No queda nada. No quedan ganas de verte. No quedan ganas de odiarte. No queda la esperanza de encontrarte.
Te olvidé. Te dejé atrás. Te dejé guardadito en el cajón donde guardo mis secretos. Sin embargo, a veces miro las cicatrices que dejaste en mi cuerpo. Es en ese momento, un segundo, no más ni menos, que me siento sola. Es un segundo en el que te siento lejos y que siento que nadie me va a querer como tú. Me asusta pensar que nadie más me romperá como tú.
Me dejaste como estatua de sal. Me dejaste en la montaña más alta. Lo lograste. Estoy lejos de todos, donde nadie me puede tocar. Nadie me puede tocar. Nadie puede entrar. Me convertí en tu muñequita de aparador con la que nadie juega. Me convertí en eso que querías que fuera. Fuí tuya y ahora nadie más me puede reclamar como propia.
Hay días, como hoy, en los que te siento cerca. Hay días, como hoy, en los que te necesito. Un segundo, no más ni menos, es cuando recuerdo tu cuerpo. Me quemas. Un segundo, ni más ni menos, es suficiente para decirte te amo, te odio y rogarte que no me dejes.
Por favor regresa, en ese segundo. Por favor regresa a mí. Por favor siente este vacío que me mata. Por favor ruega, como yo, que el tiempo se detenga en ese segundo. Por favor, dime que no te he perdido. Por favor, dime que sientes lo mismo.
Me quedé sin tí. No recuerdo tu cara. No puedo escuchar tu voz. Dejé de sentir ese hueco en mi cama. Dejé de sentir que la soledad me quemaba. Te he dejado atrás.
Cada una de las heridas que tu cuerpo dejó han sanado. Cada una de las lágrimas que lloré por tí, se han secado. Se fueron las noches de invierno que me llenaron de frío buscándote en otro cuerpo. No queda nada. No quedan ganas de verte. No quedan ganas de odiarte. No queda la esperanza de encontrarte.
Te olvidé. Te dejé atrás. Te dejé guardadito en el cajón donde guardo mis secretos. Sin embargo, a veces miro las cicatrices que dejaste en mi cuerpo. Es en ese momento, un segundo, no más ni menos, que me siento sola. Es un segundo en el que te siento lejos y que siento que nadie me va a querer como tú. Me asusta pensar que nadie más me romperá como tú.
Me dejaste como estatua de sal. Me dejaste en la montaña más alta. Lo lograste. Estoy lejos de todos, donde nadie me puede tocar. Nadie me puede tocar. Nadie puede entrar. Me convertí en tu muñequita de aparador con la que nadie juega. Me convertí en eso que querías que fuera. Fuí tuya y ahora nadie más me puede reclamar como propia.
Hay días, como hoy, en los que te siento cerca. Hay días, como hoy, en los que te necesito. Un segundo, no más ni menos, es cuando recuerdo tu cuerpo. Me quemas. Un segundo, ni más ni menos, es suficiente para decirte te amo, te odio y rogarte que no me dejes.
Por favor regresa, en ese segundo. Por favor regresa a mí. Por favor siente este vacío que me mata. Por favor ruega, como yo, que el tiempo se detenga en ese segundo. Por favor, dime que no te he perdido. Por favor, dime que sientes lo mismo.