Mi papá
nunca me contó cuentos de hadas o historias para niños. Para entretenerme me
contaba, por partes, El cantar del Mio Cid. Mi mamá, antes de dormir, hacia un
recuento de mi día a través de la creación de “las aventuras de una niña que
era feliz, afortunada e inteligente”. Me regalaron la literatura y la
creatividad.
Desde muy
chica mi papá me inculcó el amor por el futbol. Desde que tengo memoria, me
gustaba verlo y me ponía a jugar con los niños en el recreo. Uno de mis
recuerdos más apreciados es mi papá explicándome formaciones y tácticas de
juego. Su mejor herramienta de enseñanza era el Atlas. A los 8 años, recuerdo
estar sentada en el sillón junto a mi papá mientras explicaba cómo se movían en
bloque y la manera en que los carrileros subían y bajaban por las bandas. Fue
amor a primera vista. Desde ahí, amé el futbol y me volví férrea seguidora del
Atlas.
Durante la pubertad me llené de libros. Empecé a encontrarme a mí misma a través de la
literatura. Encontré en el realismo mágico a las mujeres fuertes y decididas
que me enseñaron que una mujer inteligente siempre es mucho más interesante que
una mujer bonita. Me enamoré también de Gustavo Adolfo Bécquer, Neruda y Benedetti.
Encontré en Harry Potter la manera de crecer y enfrentar los demonios de la
pubertad y adolescencia a través de los demonios que él enfrentó y venció.
Pasé mi
preparatoria entre la cancha, los libros, mis primeras letras y la escuela.
Jugué futbol y encontré fuerza en mi voz. Aprendí a vivir intensamente. En los libros encontré historias de otros tiempos,
otros lugares y con otras lógicas. Descubrí la literatura norteamericana. Kurt
Vonnegut, John Steinbeck y Jack Kerouac llegaron a mi vida y con ellos uno de
los libros que marcó mi vida. “The Great Gatsby” me llenó de asombro y
admiración. Fitzgerald me enseñó a amar la forma, no sólo el fondo.
Estudiar
Ciencias de la Comunicación ha sido de las decisiones más importantes de mi
vida. También, ha sido una de las que más me han hecho feliz. En la carrera,
coincidí con un grupo de personas que no sólo entendían y/o compartían mis
pasiones, sino que también abrieron mis horizontes y se convirtieron en mi
familia. Entre literatura, cine, chisme farandulero, futbol y política pasé en
la universidad una de las etapas más felices de mi vida. Encontré también en la
escritura una manera de vida. Siempre había escrito diarios y algunas
historias. En esta época fue cuando me di cuenta que no me concibo sin las
letras, propias o ajenas. Entiendo a través de ellas, la vida y a mí misma.
En esa época
entendí que la gente no puede ser contenida en un molde. Me rehusé desde ese momento a ser etiquetada como "un tipo de persona". Era una alumna de
escuela privada, voluntaria en una ONG, iba a los antros de moda el fin de
semana, leía a Proust, compraba maquillaje chanel, sabía más de futbol que
muchos hombres, iba al cineforo, caminaba en el centro los domingos y trabajaba
en una compañía transnacional. A partir de ese época de mi vida, entendí que lo que más amaba de mí no tendría porque hacerme infeliz. Decidí dejar atrás convencionalismos sociales que marcan cómo debe comportarse una mujer tapatía. Dejé de preocuparme por no encajar en una sociedad y estructura que me llenaba de ansiedad. Aprendí a ser diferente y entendí que esas cosas que te pasan a los 20 no serían las mismas para mí.
A mis 28 años, siento que no he cambiado mucho. Me doy cuenta que sigo siendo una mujer que sólo se encuentra en las letras. Más allá de mi trabajo, mi vida y todos los demonios personales con los que lucho todos los días, soy una mujer enamorada de las letras. He tenido las relaciones más apasionadas y épicas dentro de mis letras. He creado mundos alternativos en los que no soy yo pero al mismo tiempo me encuentro en cada palabra. Leo para entender la vida y saberme un poco menos sola. Porque no hay nada más fuerte que la conexión con el arte.
Mi vida se
define por la pasión en lo que hago y la gente con la que comparto. Amo
profundamente a mis padres y soy un reflejo de ambos. Amo a mis amigos, que son
los hermanos que me han acompañado en todas mis locuras y me han salvado de muchas otras. Amo las letras porque mi vida transcurre en ellas. Amo el futbol porque,
más que un deporte, es una forma de entender la vida. Amo viajar porque es la
manera en que encuentro mil maneras de retarme intelectual y racionalmente.
A través de los años he llegado a la conclusión que mi vida no es más que un recuento interminable de historias y partidos. Me enamoro cada vez que abro un libro, veo un partido, piso una cancha. No pertenezco a un sólo libro, ni tengo una sola historia.
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