Abrí los ojos y te vi a mi lado. No pude evitar sonreír al verte dormido. Un sentimiento de ternura invadió mi alma. Sin embargo, fue imposible evadir la realidad. Todo había terminado. Nunca más estaríamos juntos. No volvería a sentir tus manos acariciarme, ver tus ojos llenos de vida y jamás besaría de nuevo tus labios. Volví la mirada hacia ti y te guardé en mi memoria. Recorrí tu cuerpo, tu piel morena, tus cejas pobladas, tu barba crecida, tu nariz ancha, tus pestañas largas, tus manos grandes y, finalmente, tus labios. Desee desesperadamente besarte, pero sabía que no debía despertarte. A pesar de mis deseos de abrazarte y besarte, estaba consciente de que era imposible. Continúe viéndote, sin pensar en lo que pudo ser y lo que no será. Decidí sólo admirarte y amarte, en silencio, de la única manera posible, con la mirada y la memoria. Sabía que no podía regresar el tiempo y volver a ti, a estar contigo. No quería atormentarme más, simplemente quería que supieras lo mucho que te amaba. Una lágrima rodó por mi mejilla, sentía una enorme impotencia por no haber hecho lo que siempre soñé. El saber que el destino se había cansado de darme oportunidades y me había quitado ya cualquier posibilidad de seguir amándote lograba sólo inquietarme más.
Inesperadamente, despertaste y me miraste. Sentí que mi corazón daba un vuelco. Agradecía mi última oportunidad, pero la emoción me enmudeció. Respiraste hondo y suspiraste –estoy bien, soy feliz-. De pronto, desperté. Entonces, supe que eras feliz y que mi destino no era estar junto a ti.
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