Llegaste abrazándome y besando mi mejilla. Sentí mi corazón latir de manera acelerada. Sonreí. No podía dejar de ver tus ojos y tu mirada se clavaba en la mía. Tomaste mi mano y seguimos hablando, sin palabras. Tu sonrisa, amplia y sincera, nunca dejó de sorprenderme.
Hablamos por horas, que parecieron segundos y conocimos uno del otro, cosas que en el fondo sabíamos. Mi corazón, mi mente y mis sentidos gritaban algo que tú también sabías. Ambos teníamos claro que debíamos estar juntos.
Llegó la hora de despedirnos, miraste el reloj y decidiste decir adiós. Volviste a besar mi mejilla, me miraste por última vez y te alejaste. Miré tu figura desvanecerse entre la gente. Sin embargo, seguí mirando, deseando que dieras media vuelta y regresaras a mí.
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