La perilla giró lentamente. El corazón latía tan fuerte que resonaba en las paredes de la habitación. Todo respiraba. La ventana los miraba con angustia. No había manera ya de volver. Una vez abierta la puerta, todo podía pasar. Si esa perilla giraba completamente, si él cruzaba el umbral, no iba a haber vuelta atrás.
Respiró hondo y empujó la puerta. Nadie había tenido tanto miedo. Nadie había tenido tanto que perder. Nadie, nunca, la había amado como lo hacía él. ¿Cuántas vidas le llevaría pagar esto que estaba a punto de hacer? No importaba. El que no arriesga no gana.
Sentada a la orilla de la cama, lo esperaba. Con las manos vacías, el corazón roto y absolutamente nada que perder. Él lo perdería todo. Él no había amado tanto en la vida. El tiempo siempre castiga, siempre juzga y siempre, siempre, falta o sobra. Nunca es el tiempo adecuado. Nunca es el tiempo perfecto. El tiempo se burla de las ganas de todos de regresar y congelar los momentos que cambian la vida.
Si tan sólo no se hubieran encontrado. Si tan sólo ella hubiera estado menos rota. Si tan sólo él la hubiera conocido cuando ella todavía creía en los cuentos de hadas.
Su mano desnuda demostraba que todo estaba roto. Su mano, que siempre estuvo atada a un promesa, temblaba de frío. Ella fumaba con desesperación. Se abrió la puerta. No había nada más que decir. Por primera vez, él no tenía que dejar el anillo en el buró. Por primera vez, podrían salir a la calle tomados de la mano.
Con una lámpara encendida, ella le mostraba la verdad. Siempre sería así. Simpre estaría la luz apagada. Ella siempre estaría entre sombras. Si tan sólo todo fuera como antes. Si tan sólo ella no fuera tan fría. Si tan sólo ella lo amara como él la amaba a ella. Pequeñas cosas que en un momento se vuelven todo, se vuelven nada. Se convierten en una cortina de humo que nubla la vista, despierta los sentidos y asfixia.
La verdad llena la habitación como antes lo hacía la culpa. Ahora todo es verdad, todo se puede tocar. Ahora ella es la que muere de miedo. Ahora todo eso que prometió se convierte en realidad. Ahora todo se disuelve entre las sábanas.
Sería la última vez que harían en el amor en ese cuarto de hotel. Esa habitación que tenía impregnado su olor, memorizados sus cuerpos, grabada cada caricia y registrada cada pelea. Ahora, por primera vez, esa relación era de dos. Ahora tendrían que salir al mundo y enfrentarlo todo. El amor te hace valiente, el amor te quita tanto regresando siempre tan poco. La burbuja estaba rota, no había más que decir. No había peleas por tener, no había palabras hirientes que decir. No había nada.
Intentó, sólo Dios sabe, como lo intentó. Quiso amarlo desenfrenadamente, sin reservas. Quiso confíar en esas palabras sinceras. Quiso vivir en sus ojos y morir en su cuerpo. No podía. Todo estaba roto. No había nada más que decir. Sólo podía decir adiós.
Respiró hondo y empujó la puerta. Nadie había tenido tanto miedo. Nadie había tenido tanto que perder. Nadie, nunca, la había amado como lo hacía él. ¿Cuántas vidas le llevaría pagar esto que estaba a punto de hacer? No importaba. El que no arriesga no gana.
Sentada a la orilla de la cama, lo esperaba. Con las manos vacías, el corazón roto y absolutamente nada que perder. Él lo perdería todo. Él no había amado tanto en la vida. El tiempo siempre castiga, siempre juzga y siempre, siempre, falta o sobra. Nunca es el tiempo adecuado. Nunca es el tiempo perfecto. El tiempo se burla de las ganas de todos de regresar y congelar los momentos que cambian la vida.
Si tan sólo no se hubieran encontrado. Si tan sólo ella hubiera estado menos rota. Si tan sólo él la hubiera conocido cuando ella todavía creía en los cuentos de hadas.
Su mano desnuda demostraba que todo estaba roto. Su mano, que siempre estuvo atada a un promesa, temblaba de frío. Ella fumaba con desesperación. Se abrió la puerta. No había nada más que decir. Por primera vez, él no tenía que dejar el anillo en el buró. Por primera vez, podrían salir a la calle tomados de la mano.
Con una lámpara encendida, ella le mostraba la verdad. Siempre sería así. Simpre estaría la luz apagada. Ella siempre estaría entre sombras. Si tan sólo todo fuera como antes. Si tan sólo ella no fuera tan fría. Si tan sólo ella lo amara como él la amaba a ella. Pequeñas cosas que en un momento se vuelven todo, se vuelven nada. Se convierten en una cortina de humo que nubla la vista, despierta los sentidos y asfixia.
La verdad llena la habitación como antes lo hacía la culpa. Ahora todo es verdad, todo se puede tocar. Ahora ella es la que muere de miedo. Ahora todo eso que prometió se convierte en realidad. Ahora todo se disuelve entre las sábanas.
Sería la última vez que harían en el amor en ese cuarto de hotel. Esa habitación que tenía impregnado su olor, memorizados sus cuerpos, grabada cada caricia y registrada cada pelea. Ahora, por primera vez, esa relación era de dos. Ahora tendrían que salir al mundo y enfrentarlo todo. El amor te hace valiente, el amor te quita tanto regresando siempre tan poco. La burbuja estaba rota, no había más que decir. No había peleas por tener, no había palabras hirientes que decir. No había nada.
Intentó, sólo Dios sabe, como lo intentó. Quiso amarlo desenfrenadamente, sin reservas. Quiso confíar en esas palabras sinceras. Quiso vivir en sus ojos y morir en su cuerpo. No podía. Todo estaba roto. No había nada más que decir. Sólo podía decir adiós.
1 comment:
hermoso. y triste. porque la belleza en sí misma esconde la más grande tristeza, porque se sabe efímera... (contrólenme)
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