A veces las palabras se agolpan. Atropelladas, sin sentido, salen de mi garganta para decirte sólo una cosa. ¿Qué no lo sientes? ¿Qué no ves que todo ese sin razón tiene un sólo significado? Dos palabras que nunca saldrán de mi boca. Dos palabras que al decirlas me quitan el aire, me llenan de frío, me parten el alma. Eso que quisiera decirte, a veces sale, entre un tengo hambre y muero de sueño.
Tal vez podría decirlas, muy probablemente debería decirlas. ¿Qué no ves que si las digo me quedo sin nada? Me quedo con mis ganas, con mis recuerdos, con mis lágrimas. Lo demás te lo entrego en esas dos palabras. Lo que sobra es todo tuyo, desde el último cabello hasta la punta de los pies. Me muero de miedo. Me paralizo de pánico al saber que te puedo entregar el alma, sin reserva, sin nada a cambio.
Me lleno de ira al verte sin saberlo, al tenerte entre mis brazos y sólo decir que tengo frío. Entonces te odio, te odio como nunca lo he hecho porque me dejaste sin defensa, desnuda. Me quedo a merced de tus ganas, de tus odios, tus recuerdos y tus mentiras. Me quedo sin armas para llevarte a la cama, reír hasta el alba, abrazarte con toda el alma. Te quedas con todo, mi cuerpo, mis ojos, mis manos, mi rabia. Mis ganas de decir esas dos palabras se quedan dormidas, cuando apagas la luz, cuando me pierdo en tus brazos y, entonces despierto vacía.
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