Parecías manejar sin rumbo, con la mirada perdida. No me importaba, era algo que hacías a menudo. No importaba tampoco el ayer, los errores, los momentos a escondidas, las mentiras. Ahora estabamos juntos, tú manejabas, íbamos a un lugar nuevo, sin vestigios de lo que fue. Mientras veía el espejo retrovisor, me despedía del pasado. Miré después al frente, al horizonte, un cielo naranja y un enorme sol. Era una visión de lo que sería, un claroscuro constante. Tus nudillos se tensaron, tus dedos apresaron con más fuerza el volante. Apretaste la mandíbula. En ese momento temí que no estabas preparado. En ese instante supe que ambos teníamos miedo. ¿Cómo tener miedo si habíamos hecho todo por estar juntos? ¿Por qué temerle al camino frente a nosotros, vacío, sin obstáculos, si ya habiamos pasado por enórmes muros?
De repente, sin más, pisaste el freno. El repentino movimiento me asustó. Creo que me asustó más el pensar que ibas a dar vuelta atrás, que ibas a manejar directo al pasado e ibas a regresar. No temía al espacio del ayer, sino que regresaras a ella. Moría de miedo de pensar que te dieras cuenta que cometiste un error, que yo no era para tí, que un momento mágico nubló tu juicio y dejaste escapar al amor de tu vida. Tal vez me daba más miedo darme cuenta que yo había hecho eso. Pasaron segundos, minutos, horas. No nos tocamos, no nos buscamos con la mirada. Ahora que nadie se interponía, que no debíamos escondernos, no moríamos por respirarhnos hasta el cansancio, no nos observábamos, no deseábamos con toda el alma encontrar un rincón invisible donde nos pudieramos llenar uno del otro. Estábamos ahí, en medio de la nada, parados, sin tomar una decisión. ¿Teníamos que ir hacia adelante o debíamos mirar atrás y retroceder?
Por fin te diste cuenta. Por fin supiste lo que realmente turbaba tu mente desde el inicio. Por fin viste lo que estaba clavado en tu alma. Finalmente tu alma gritó lo que en verdad partía el corazón en dos. Fue ahí, entre un vacio absoluto, que reconociste que, cuando dejó de doler no fue porque ya no me lastimaban sino porque me había vuelto imperturbable, insensible, adormilada, anestesiada ante la vida. Descubriste al fin que yo no puedo sentir amor, que todo lo que pasó me vació por dentro. Que todo lo que hubo en mí se murió en cada beso escondido, en cada roce prohibido, en cada palabra dicha entre dientes, cada susurro detrás de la puerta. Y así, poco a poco, me morí. Ahora quedaba sólo un recuerdo vago de lo que fuí, una cicatriz en mi alma, prueba de que nuestro secreto me quemó por dentro y para siempre. Me sentí descubierta, desnuda. Supe que regresarías a ella, que me dejarías ahí, aún más muerta. Pero no te fuiste. Te quedaste ahí, y tomaste mi mano, besaste mi frente, prendiste el motor y manejaste de nuevo. Era preferible estar con lo poco que quedaba de mí, a nunca más estar conmigo. Preferiste creer con toda el alma que algún día despertaría de ese profundo sueño, respondería a tus palabras, y te dijera, como aquella vez, "te amo". Decidiste ahí y para siempre, que tu amor y mis recuerdos eran suficiente para los dos.
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